ANTONIO GONZALEZ DE LAMA
Entre los múltiples legados que en el ámbito cultural nos dejó don Antonio González de Lama, y por los que la ciudad de León debe estar muy agradecida, destacaríamos: el enriquecimiento y reestructuración de la fundación cultural Sierra Pambley, exigua representación en la ciudad de la Institución Libre de Enseñanza, cuya biblioteca, conocida como Biblioteca Azcárate, auténtica escuela y fecunda tertulia, reordenó y superdotó de material bibliográfico. Prestó igualmente una colaboración especialísima en la ordenación y perfeccionamiento de la biblioteca de la Diputación. Pero lo que le confirió una especial fama de intelectual y hombre especialmente dotado para la literatura y las Humanidades, fue la creación, junto con los jóvenes e inquietos poetas de la época, de la primera revista de poesía y crítica literaria de la posguerra española: Espadaña, ya citada por el gran poeta Dámaso Alonso, allá por la década de los años 40. La publicación de aquella revista significó una visión de futuro y una gran valentía para expresar una tímida libertad de pensamiento, así como, y sobre todo, la primera oportunidad de expresarse, a través de la poesía, los jóvenes valores que comenzaban a despuntar en el alba del panorama literario de la posguerra.
Y lo sorprendente no es que recibiéramos elevados discursos ni extraordinarios contenidos doctrinales, sino que lo realmente inolvidable de aquel hombre era su sencillo método de enseñanza, repleto de anécdotas de la vida, su capacidad para hacer fértil lo difícil. La Historia de la Filosofía que nos enseñó fue una Historia de la vida que no he olvidado jamás. Tuve muchos profesores ese año, pero todos pasaron menos él.
Nadie duda hoy, de entre los que le conocieron, que era un hombre de extraordinaria lucidez mental y de una erudición y cultura inigualables, pero a la vez es necesario reconocer que su sabiduría no le vino de la asistencia a prestigiosas Universidades, sino que la escuela nació de sí mismo, pues las circunstancias de la época no le permitían estudios universitarios, exprimiéndole la diócesis, dado su talante y cultura, en todos los puestos habidos y por haber. Y esta imposibilidad para disfrutar de un mínimo tiempo para el estudio era tal que, en ocasiones, le oí decir textualmente lo siguiente: En este momento los únicos que pueden estudiar y formarse son los frailes, pues disponen de tiempo y de casas Madre en todo el mundo.
Sin apartarnos aún de la misma temática, no olvidaré cómo nos describió una parte importante de su formación cultural. Recién ordenado cura, fue destinado a un pueblecito próximo a la ciudad, de nombre Viloria de la Jurisdicción. Muy cerca del mismo, en otro pueblo vecino, Cembranos, se conservaba una casa señorial, herencia de un antiguo regidor de aquella comarca. Pues bien, la lectura y la reordenación de la biblioteca, conservada en la señorial casa, significó una primera etapa de su formación.